HISTORIA
En el siglo XI de nuestra era, llegó a Michoacán una tribu chichimeca, capitaneada por un guerrero-sacerdote llamado Ire-Ticátame, compuesta por cuatro grupos cuyo lazo de unión era la veneración de un dios al que llamaban Curicaveri (Curicáhueri). Los purépechas se establecieron en un lugar al que llamaron Tzacapu-Maruati (piedra preciosa). Los recién llegados entraron en contacto con los habitantes de Naranxan, lugar ubicado a la orilla de un lago cuyos habitantes hablaban el mismo idioma y adoraban también al sol. No tardaron en surgir dificultades entre los purépechas y los vecinos de Naranxan, que originaron el aniquilamiento del lugar y la asimilación de sus habitantes al grupo purépecha.
Para los pobladores de esta región, Tzacapu era el símbolo del centro del universo ya que representaba a las piedras del centro universal. Significado e imagen que inculcaban de Tzacapu entre los michoacanos del siglo XVI.
La historia purépecha explicaba que Tzacapu simbolizaba el recinto de las divinidades supremas y las piedras que representaban el centro rector del universo. Tzacapu era el lugar donde vivía Querenda Angápeti, “la gran piedra”, la cual contenía a la máxima autoridad, al gran dirigente que se encargaba de reverenciar y venerar a las divinidades del sol y del fuego, al intermediario que abogaba en pro del hombre entre las divinidades y los muertos; sobre la gran piedra se encontraba al agente que comunicaba al hombre con el cielo y el mundo subterráneo.
Zacapu fue el principal centro ceremonial y religioso del floreciente imperio purépecha, (antes incluso que Tzintzuntzan), a donde todos los años venía el monarca reinante para adorar a Curicaveri, bajo su doble aspecto de peña "totémica" y de astro del día y de la Luz. En Zacapu residía el supremo sacerdote a quien llamaban Petámuti (el sabio), ante el cual se postraba el monarca en su peregrinación anual desde Tzintzuntzan hasta “La Crucita”, zona arqueológica entre cuyos vestigios se pueden apreciar los palacios del Rey y de la Reina, el castillo, los enormes basamentos de las yácatas de Tucup-Achá y de Querenda-Angapeti. En el "mal país negro" (Las Iglesias), aún se puede identificar la pirámide de los trece tronos, el palacio de las vírgenes consagradas al Sol, así como los restos de innumerables yácatas, casas, baños, etc. Estas ruinas están enclavadas en una zona de difícil acceso, formada por piedras volcánicas, que llega hasta el municipio de Villa Jiménez.
El centro más importante, residencia de los sacerdotes y de los caciques, se localiza en el cerro de “La Crucita”, que presenta, al Noroeste de la actual ciudad de Zacapu, una vertiente escalonada en la que fácilmente se distinguen numerosos "balcones", comparables, aunque en escala más reducida, a los incas, en la región de los Andes.
Los Purépechas fueron conquistados en 1522 por Cristóbal de Olid, lugarteniente de Cortés.
En 1541, la encomienda de Zacapu fue entregada a Gonzalo Dávalos, quien había participado en la conquista de Jalisco. La encomienda tenía 9 barrios, 316 casas y 1480 personas que pagaban un tributo anual de 230 pesos de oro y 1,200 anegas de maíz. Medía 43 kilómetros de largo por 14 de ancho y enmarcaba dentro de sus linderos, varios cerros pedregosos y una laguna.
El 29 de junio del año de 1548, Fray Jacobo Daciano (monje franciscano danés, misionero en México) caminaba de Cherán rumbo a la encomienda de Zacapu, acompañado de una comitiva de indígenas, les anocheció en el bosque, muy cerca del lago por lo que se vieron obligados a pasar la noche en ese lugar. Al amanecer, fray Jacobo Daciano llamó a todos y les dijo que era voluntad de Dios que en ese lugar se construyera una iglesia; los indios desmontaron el sitio, abrieron cimientos y se tiró el cordel para iniciar la construcción de lo que ahora es el centro religioso más importante en honor de Nuestra Señora de Santa Ana. Frente a éste, se ubicó la plaza, el "tianguis" y la casa real, y alrededor se trazaron las primeras calles dando lugar al nacimiento de lo que ahora es la ciudad de Zacapu.